EL CABILDO ABIERTO DEL 18 DE SEPTIEMBRE DE 1810 fue un éxito resonante, y sus organizadores se restregaban las manos con regocijo. Todos los acuerdos se tomaron por unanimidad, y hasta los nombramientos de los dos últimos vocales de la Junta Provisoria de Gobierno fueron hechos por mayorías abrumadoras, sin que se notasen voces discordantes, especialmente después de los elocuentes discursos de Argomedo y de Infante. El tímido llamado a la reflexión que intentó hacer don Manuel Manso, cabildante más timorato que realista, fue acallado a las primeras frases por la vociferación general de: '¡Junta queremos! ¡Junta queremos!'
Lo que tal vez por entonces no sabían los opositores al nuevo sistema, era que gran parte del éxito se debió a la cuidadosa selección en el reparto de las invitaciones para asistir al Cabildo: de las 450 esquelas enviadas, casi todas lo fueron a criollos de reconocida tendencia libertaria, y sólo 14 llegaron a manos de españoles peninsulares...
Pero con o sin este ingenioso arbitrio, las autoridades se sentían eufóricas y llenas de estimulantes proyectos. Tal vez ello explique que el primer acuerdo del Cabildo santiaguino, tomado exactamente una semana después del magno acontecimiento fue... ¡fijarle un buen sueldo a la flamante Junta!: "Considerando... que el día 18 del presente... resultó la instalación de una Junta Provisoria de Gobierno, a nombre de nuestro adorado monarca don Fernando VII... ; resultó la pluralidad (mayoría) por que al Sr. Presidente de la Excma. Junta se le asignasen seis mil pesos anuales, tres mil a cada uno de los señores vocales que la componen y dos mil a cada secretario".
COMO PUEDE VERSE, aunque entonces no se usaban bigotes, había bastado una semana para arreglárselos a todos. Otro acuerdo de igual o superior importancia, tomado por el Cabildo el 9 de noviembre, fue satisfacer la cantidad de mil pesos "para gastos de recepción del Excelentísimo Sr. Presidente, Conde de la Conquista", tal y como si nunca antes el Cabildo santiaguino hubiese visto de cerca a tan conspicua persona.
A Sí PUES, SANTIAGO RECUPERABA RÁPIDAMENTE SU RUTINA DE AGASAJOS y de pequeños deberes y placeres. Pero en realidad, ya nada era como antes: una nueva era había irrumpido en la vida santiaguina, partiéndola irremisiblemente en dos. Se había inaugurado una etapa de definiciones tajantes y violentas, pero necesarias. Numerosos españoles sufrieron ataques personales y en sus bienes. Y comenzaron a circular, en copias manuscritas, Proclamas y Catecismos Políticos como el de Camilo Henríquez, u otros más decidores del hostil ambiente reinante, tal como el "Diálogo entre un español americano ilustrado (esto es, un criollo separatista) y un español europeo pata rajada" en el que, innecesario es decirlo, el peninsular recibía la peor parte.
El primer motín armado contra las nuevas autoridades fue encabezado en abril de 1811 por el oficial de Dragones don Tomás de Figueroa, quien pagó con la vida el atentado. Al poco tiempo la Junta exigió a los españoles declararse chilenos o abandonar el país, lo que en la práctica no ocurrió. Pero sí fue requisito para ser oficial del incipiente ejército, haber nacido patricio, es decir, criollo. No sucedía lo mismo en el bando contrario, pues la casi totalidad de los oficiales y todos los soldados del ejército de Pareja eran chilenos, especialmente de las provincias sureñas, que por tradición familiar o por adhesión caballerosa a la persona del rey, creían que la patria era una e indivisible con la corona española.
ENTRETANTO, EL CABILDO CAPITALINO SEGUIA OCUPADO en sus tareas habituales, aunque entreverados con otras propias de la nueva situación. Cuando se trató de repartir las contribuciones de guerra, la patriótica corporación consideró que sólo debían pagar los platos rotos o por romperse, los "anti-patriotas", guardándose muy bien de herir los bolsillos de sus partidarios. Pero la Junta la sacó de su error: "Contéstese al Ilustre Cabildo que deben incluirse en la contribución... no sólo los declarados anti-patriotas, sino también los indiferentes, y aún aquellos patriotas que ni con sus personas ni con sus intereses, a proporción de lo que podían, han ayudado a la defensa de su patria en los apuros que ha estado y se mantiene". (1813)
El precio del azúcar, del pan y de otros productos comenzó a sufrir embates, ya fuera por escasez de las materias primas, o por especulación, y el Cabildo debió preocuparse de estos desconocidos fenómenos: "Se leyó un oficio del Superior Gobierno, en que se mandaba que se nombrase por el Cabildo un regidor para que asistiese al experimento que debía hacerse para ver lo que rendía de pan una fanega de harina, y de esta suerte, arreglar el número y peso de piezas (de pan) que deben dar los panaderos por medio real. Y teniendo en consideración este Cuerpo los conocimientos que sobre este particular tiene el regidor don José Antonio Valdés, se acordó fuese él que asistiera al citado experimento" . (1812)
PERO JAMÁS HA SIDO FÁCIL LA RESOLUCIÓN DE ESTE ASUNTO, Y durante varias sesiones del año siguiente continuóse debatiendo éste y otros problemas del mismo género: "Se discutió largamente la materia, sosteniéndose por una parte, la conveniencia de los aranceles en este ramo de abastos, y por otra, la ineficacia de estos medios, contrarios a la libertad y propiedad de los abastecedores y consumidores. Se tuvo presente que sólo la concurrencia numerosa de los primeros puede proporcionar un abastecimiento comodísimo a los segundos, por medio de la competencia que en el estado de absoluta libertad se debe formar entre los panaderos, tirando cada cual a hacerse del mejor despacho (y clientela) por la abundancia y buena calidad de su pan. Por tanto, y siendo ésta una materia de tanta consideración y trascendencia a los intereses públicos, se acordó suspender la resolución de este negocio hasta examinarlo con la mayor reflexión y escrupulosidad' . (1813)
Han pasado casi ciento ochenta años, y todavía se sigue reflexionando y discutiendo sobre lo mismo: han caído Ministros y hasta gobiernos enteros; se han otorgado Premios Nobel a quienes han teorizado sobre tan espinuda materia; y se les ha dado el infamante título de "gasfíteres económicos" a quienes la han sufrido en sus lomos o en sus planillas de pagos. Lo que no ofrece duda alguna es que la famosa "Escuela de Chicago" no es chicagüina ni nada por el estilo, sino santiaguina de pura cepa.
Tampoco el "smog" es una invención londinense, como tantas veces se ha sostenido: "Observando el Cabildo (de Santiago) que toda la atmósfera al rededor de la ciudad estaba cargada de un humo espeso y caliente, que causaba notable variación en el temperamento... se comisionó al señor regidor don Antonio Hermida, para que con el cabo de alguaciles y cuatro ministros averiguase (cuál era el origen de la fétida fumatera) y diese parte del resultado". (1813)
Para cerrar este cuadro patriótico y revolucionario, transcribiremos uno de los acuerdos más cándidos de nuestro bien intencionado Municipio. En junio de 1814, poco después de la corta tregua de Lircay, y creyendo que ya se había alcanzado la victoria definitiva, el Cabildo dispuso tres noches de fiestas, música e iluminaciones, en celebridad de la paz. Lo cierto es que la paz demoraría más de quince años en llegar, y costaría migraciones, vidas y sufrimientos que los santiaguinos aún no conocían en carne propia. Sin embargo, la celebración ya se había dispuesto y efectuado, y sólo restaba pagar la cuenta de los músicos: "Páguese por el Sota-síndico de ciudad al maestro Juan Nepomuceno Vargas, cincuenta y cinco pesos, del importe de la música que dió en la tercera noche de iluminaciones, y al efecto, désele el correspondiente libramiento por el secretario... "
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