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OPINIÓN
Luis Dávila, Tipógrafo
El arte de componer las palabras

No hace mucho los diarios, revistas, libros y toda clase de material escrito, era compuesto letra por letra. Sobre su experiencia y trabajo en el arte de la impresión nos contó el destacado tipógrafo chileno Luis Dávila, quien por su prolijo trabajo ocupó los primeros lugares del ranking de la Sociedad Unión de Tipógrafos.


Por Marcela Tapia
Newtenberg.COM

Cuando estudiaba en el Barros Borgoño ya sabía que uno de sus anhelos era ser tipógrafo. Esta aspiración se debía a su gusto por la lectura y a su proximidad con la imprenta de su tío Luis Dávila Espinoza.

A los 15 años Luis Dávila le pidió a su tío que lo iniciara en el oficio de tipógrafo, su aprendizaje lo realizó cuando el mundo era afectado por la crisis económica de 1929 y en medio del proceso de cierre de las salitreras. De aquellos primeros años recuerda que la paciencia y las ganas de transmitir el conocimiento, eran lo que lo hacían avanzar en su meticulosa profesión.

Sobre aquellos años su esposa Aurora de Dávila, quien lo ha acompañado durante 56 años de matrimonio comenta: "Yo vivía en Concepción y recuerdo que los días sábados pasaba por las calles el Semanero que era un hombre muy educado que ocupaba sombrero, corbata y polainas. Él era el encargado de arrendar los folletines, los cuales eran unos cuadernillos que contenían un capítulo de alguna novela de amor, los que semana a semana iban avanzando en la trama. Los cuadernillos se cuidaban mucho, ya que su arriendo costaba cinco centavos, lo que hoy vendrían a ser como cinco mil pesos".

Para ser tipógrafo era indispensable tener buena ortografía, redacción y capacidad para descifrar manuscritos, por lo cual el impresor era considerado un profesional con una alta valoración social, "en las reuniones sociales eran el centro de atención, ya que eran hombres muy cultos que tenían acceso a toda clase de libros y publicaciones. Además, se caracterizaban porque a los encuentros asistían vestidos con levita, corbata, bastón y sombrero", recuerda Luis Dávila.

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La tinta y su ocaso

Pronto se convirtió en uno de los 10 mejores tipografistas del país, ranking que era conformado por la Sociedad Unión de Tipógrafos. Desde la sencillez que da el conocer bien un trabajo y haberlo practicado por más de 30 años, trae al presente las imágenes que tantas veces tienen que haberse vivido en los talleres de impresión. "A quienes querían aprender la profesión yo les decía que introdujeran la mamo en el bote de tinta, y luego la sacaran con tinta en su palma, esto yo lo hacía para que sintieran el oficio, porque un tipógrafo para formar parte de la profesión, tenía que estar dispuesto a mancharse", dice.

La introducción de la linotipia y luego en la década de 1970 con la introducción de nuevos sistemas de impresión, produjo que desaparecieran los linotipistas, los chongueros, los tituleros y una serie de trabajadores indispensables en el pasado.

Con ello solo los románticos y apegados a mirar las palabras de cabeza y al revés, siguieron manejando las técnicas de composición basada en la medida cícero, la cual hace honor a uno de los oradores más importantes de Roma muerto por sicarios que le contaron la cabeza y las manos.

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Imprimiendo con tipos

Luis Dávila aún conserva una imprenta de principios del siglo XX, en ella ha trabajado por más de 30 años y todavía está en perfectas condiciones para dar vida a papeles con letras y números.

En su taller apreciamos como era el proceso de componer, arte que les mostramos a través de la siguiente secuencia de fotos.

Ésta es la mesa de trabajo, cada bandeja contiene tipos en alta y baja de las letras, las cuales son separadas por tamaño.
Ésta máquina tiene más de cien años de trabajo, y ella es la que da vida y deja testimonio de las composiciones.
Comienza el trabajo de componer. Esto se realiza con la ayuda de una guía y en ella se marca el tamaño cícero.
Tanto las letras como las líneas son puestas una a una.
Trabajo compuesto y mirado desde la perspectiva del tipógrafo.
En el plato superior de la imprenta se encontraba la tinta, la cual era recogida por los rodillos que se ven en la imagen. Después los rodillos bajaban y entintaban la matriz tipográfica.
Las hojas que querían ser impresas debían ser colocadas una por una, y con ello finaliza el proceso de impresión.
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