Manuel Javier Rodríguez Ordoíza nació en Santiago el 24 de febrero de 1785. Era hijo de don Carlos Rodríguez, español de origen y de doña María Loreto Ordoíza.
El año 1790 ingresó al Colegio Carolino. Egresó en 1791, después de terminar sus humanidades, con muy buenas calificaciones. Inmediatamente se inscribió en la Universidad de San Felipe, en la cátedra de Filosofía, pero en marzo de 1802 se matriculó en la cátedra de Derecho.
En enero de 1809, después de brillantes exámenes, se recibió de bachiller en Cánones y Leyes. Prestó el juramento de rigor y se convirtió en flamante abogado a los 24 años.
Su vida pública comenzó el 11 de mayo de 1811, al ser nombrado Procurador de la ciudad de Santiago por el Cabildo Metropolitano. El 4 de septiembre de 1811, fue elegido Diputado al Congreso por la ciudad de Talca. El 15 de noviembre de 1811, fue elegido Diputado por la ciudad de Santiago. El 16 de noviembre de 1811, fue nombrado Secretario de Guerra.
El 2 de diciembre de 1811, fue incorporado al Ejército, con el grado de Capitán y designado Secretario del General José Miguel Carrera. En este puesto y con este grado concurrió a las Campañas del Sur hasta 1813.
El 10 de agosto de 1814, fue nombrado Secretario de Hacienda y Gobierno en la junta que presidía nuevamente don José Miguel Carrera. El 23 de junio de 1817, San Martín le extendió el nombramiento de Teniente Coronel y lo agregó al Estado Mayor del Ejército.
Por decreto de 17 de noviembre de 1817, el Gobierno lo declaró "Benemérito de la Patria", en virtud de sus grandes servicios prestados a la causa de la libertad del país.
El 15 de diciembre de 1817, San Martín lo nombró Auditor de Guerra del Ejército que se disciplinaba en el Campamento de Las Tablas.
El 21 de marzo de 1818 el Gobierno, presidido por el Coronel De la Cruz, lo nombró su Edecán. Al día siguiente, en una Asamblea en que hicieran uso de la palabra la mayoría de los ciudadanos, se le designó, junto con el Coronel Luis de la Cruz, Directores Supremos de la Nación, cargo que mantuvo durante 48 horas. En estas circunstancias, Manuel Rodríguez organizó la defensa de la ciudad, armó a los ciudadanos y creó el Escuadrón HUSARES DE LA MUERTE, del cual se nombró Comandante, con el grado de Coronel, el 23 de marzo de 1818.
De todos nuestros héroes patrios ninguno tiene, tal vez, aventuras tan numerosas y diversas como Manuel Rodríguez. Es una encarnación múltiple, incesantemente renovada y siempre feliz, de la astucia, el valor, la generosidad y del ingenio socarrón de nuestro pueblo. Acaso por esto, ninguno posee su popularidad.
Las historias y leyendas que le evocan son incontables. Poetas y prosistas de todo nivel le han tomado de punto de partida; los romances, por ejemplo, se multiplican. Y siempre con evidente admiración y particular cariño.
En efecto, por medio de ataques combinados, asaltó las ciudades de San Fernando, Talca, Curicó, Talagante, Melipilla y consiguió sembrar el pánico entre los españoles. Lo más importante de su acción fue minar la moral combativa de los peninsulares, al hacerles creer que el Ejército de los Andes podía atravesar cualquier día, en cualquiera época y por cualesquiera de los pasos del norte, del centro y del sur de Santiago y derrotarlos sin apelación, atacándolos simultáneamente por todos esos lugares.
Es por eso que a Manuel Rodríguez se le puede asignar el calificativo honrosísimo de "El Caudillo de la Reconquista", porque él provocó el fraccionamiento de los españoles a que se vio obligado Marcó del Pont y que facilitó la victoria de Chacabuco.
Cuando el Ejército patriota se aprestaba a enfrentarse al español en una acción decisiva para la suerte de la República, sobrevino la sorpresa y desastre de Cancha Rayada, que trajo a la capital un hálito de desesperación y de muerte, infundió el pánico en sus habitantes y les hizo entrever -de nuevo- las tristezas y horrores de una segunda Reconquista.
En aquellos momentos Rodríguez fue el alma de la Patria. Recorrió las calles arengando al pueblo, visitó los Cuarteles, la Maestranza, hizo abrir los almacenes de armas, distribuyó el armamento que allí encontró, organizando la defensa de la capital. Reunida la Asamblea conjuntamente con el Cabildo, Rodríguez les dirigió, con fervor, la palabra, de cuya inspirada peroración se conserva la frase memorable: "¡Aún tenemos Patria, ciudadanos!"
La muerte de Manuel Rodríguez es uno de los hechos que han enlutado nuestra historia patria. Después de haber sido juzgado y al ser conducido a Quillota, fue ultimado en Tiltil el 26 de mayo de 1818. En su muerte, al parecer, no habría estado ajena la influencia de Bernardo Monteagudo, miembro de la Logia Lautarina. Al momento de su muerte tenía 33 años.
Su vida fue un continuo ir y venir de vicisitudes, de incertidumbres y de pasión patriótica. La justicia, aunque tarde o póstuma, se hace presente y de este modo se explica que las generaciones posteriores hayan brindado un reconocimiento cálido, elocuente y espontáneo a su valentía y esfuerzos, tendientes a obtener una Patria libre.
En la capital y todos los pueblos de la República, está grabado su nombre en las calles, plazas y paseos. El teatro, el canto y la cinematografía han recordado y enaltecido las hazañas de Manuel Rodríguez.
Edmundo González Salinas: Soldados Ilustres del Ejército de Chile. Santiago, EMGE, Publicaciones Militares, 1963. Colección Biblioteca del Oficial.
Renato Lazo "El Húsar de la Gloria y de la Muerte". Santiago, Imprenta de la Fuerza Aérea de Chile, s/a.
Ricardo Latcham: "Vida de Manuel Rodríguez, el guerrillero". Santiago, 1932.
Eulogio Rojas Mery: Manuel Rodríguez. apartado conteniendo artículos que se publicaron en los Nº 2 y, 3 de la Revista "Patria Vieja". Santiago, marzo de 1953.
José Bernardo Suárez: Biografía de Manuel Rodríguez. Santiago,1863.