Fuente Icarito

Bernardo O'Higgins Riquelme: "El Libertador"

Una de las etapas más duras de la vida de O'Higgins se inició en 1794, cuando su padre decidió enviarlo a estudiar en Europa.

 Nació en Chillán Viejo el 20 de agosto de 1778 y murió exiliado en Lima en 1842. Sus padres fueron Ambrosio O'Higgins y María Isabel Riquelme y Meza. Fue bautizado en 1783, en la iglesia parroquial de Talca, dejándose expresa constancia de que era hijo de Ambrosio y de una "señora principal del obispado de Concepción", sin señalarse algún dato más específico que permitiera ubicar a la madre.

Sus padres nunca contrajeron matrimonio, pero ello no implicó que el progenitor se desentendiera de su vástago. Él mismo dispuso que fuera puesto bajo el cuidado del comerciante portugués, Juan Albano Pereira.

Bernardo estudió sus primeras letras en el internado para nobles que funcionaba en el Colegio de Naturales de Chillán, y en 1790 fue enviado por su padre -quien ya era Gobernador de Chile-, a Lima, donde fue matriculado en el colegio Del Príncipe.

Luego, fue trasladado al Convictorio de San Carlos, un establecimiento destinado a la aristocracia limeña. Durante esta época, estuvo bajo el cuidado de Ignacio Blake, un comerciante amigo de su padre.

Sus estudios en Inglaterra

Una de las etapas más duras de la vida de O'Higgins se inició en 1794, cuando su padre decidió enviarlo a estudiar en Europa. El joven Bernardo arribó a Cádiz, permaneciendo un breve tiempo bajo la tutela del comerciante Nicolás de la Cruz, y luego partió a Inglaterra, donde se matriculó como interno en la Academia Católica de Richmond. Allí permaneció entre 1795 y 1798, aprendiendo diversas disciplinas. Entonces, conoció a Carlota Eels -su amor de juventud- y a Francisco de Miranda, el precursor de la independencia de América. Este le inculcó, al igual que a varios otros jóvenes americanos, la idea de la Independencia y el amor a la libertad.

Su vida en Gran Bretaña no fue fácil. Sus apoderados -dos relojeros que comerciaban bajo la razón social de Spencer y Perkins- realizaban algunos tratos irregulares con las sumas que De la Cruz remitía desde Cádiz. El joven soportaba estoicamente esta situación y tratando de no recurrir a su padre, siempre salía adelante con el escaso dinero que quedaba en sus manos.

Difícil retorno a Chile

Su retorno a Chile también estuvo lleno de vicisitudes. En abril de 1799, se embarcó rumbo a Lisboa con la idea de seguir camino a Cádiz. No viajó directamente, pues Gran Bretaña y España estaban en guerra. En abril de 1800 se embarcó en Cádiz con destino a Buenos Aires. Sin embargo, la guerra lo retrasaría. El convoy del cual su nave formaba parte, fue capturado por los ingleses y desviado a Gibraltar. Él era el único que podía hacer de intérprete entre captores y prisioneros. Debido a su nacionalidad y, según dicen algunos autores, a ciertos documentos del almirantazgo británico que portaba entre sus pertenencias, fue liberado y regresó a Cádiz. Finalmente, el 14 de abril de 1802 se embarcó, esta vez sin mayores contratiempos, en la Aurora, fragata que lo llevó a su patria.

Don Ambrosio, su padre, había muerto en 1801 y le había legado la hacienda de San José de Las Canteras.

Vida política en la Patria Vieja

A partir de 1804, O'Higgins se instaló en Las Canteras. En esta época, ejerció como subdelegado por Laja en el Cabildo de Chillán.

Los sucesos ocurridos en España a partir de 1808 iniciaron su vida política. Ese mismo año participó en un grupo conocido como "Duendes Patrióticos", caracterizado por sus afanes libertarios. En esta época se vinculó a Fray Rosauro Acuña y a Pedro Ramón Arriagada, quienes fueron detenidos por conspiración.

La Primera Junta de Gobierno, debía dar paso a un Congreso. En él, O'Higgins resultó elegido diputado por Los Ángeles. Se integró al grupo más radical de diputados, pero dada la composición de ese cuerpo, era bastante poco lo que podían hacer. Solo tras el primer golpe de Estado de José Miguel Carrera, la actividad revolucionaria se inició con fuerza. Después del segundo golpe del caudillo militar, O'Higgins fue nombrado en la Junta Gubernativa en la que figuraría un corto tiempo.

En esos mismos días se produjo el quiebre de relaciones entre José Miguel y Juan Martínez de Rozas. Esto retuvo un tiempo a O'Higgins en la Junta, pero una vez que el problema quedó resuelto con la imposición de Carrera, hizo efectiva su renuncia y volvió a sus labores en Las Canteras.

Jefe del ejército

En 1813, el inicio de la guerra de Independencia lo obligó a salir de su retiro temporal y se incorporó al ejército. Participó en la Sorpresa de El Roble (octubre de 1813), cuando las tropas revolucionarias fueron atacadas por sorpresa; O'Higgins arengó a las fuerzas que ya se desbandaban con su famosa frase: "¡Vivir con honor o morir con gloria; el que sea valiente que me siga!" . Los soldados, imbuidos de este espíritu, transformaron una derrota inminente en victoria. Todas sus acciones fueron acompañadas de ascensos militares. En noviembre siguiente, la Junta de Gobierno decidió entregarle el mando del ejército, en reemplazo de Carrera.

Huida hacia Mendoza

En 1814 participó en las negociaciones que condujeron a la firma del Tratado de Lircay, el mismo que -además de las iras de José Miguel Carrera- causó la caída de Francisco de la Lastra. Este hecho detonó el rompimiento entre ambos próceres. O'Higgins, al mando de sus tropas, marchó hacia Santiago y se enfrentó con las de Carrera.

Una vez producido el arribo del general realista Mariano Osorio, ambos próceres olvidaron las querellas internas, y O'Higgins se puso a las ordenes de Carrera. La estrategia a utilizar para detener a Osorio fue plantear una línea defensiva en el río Cachapoal. Sin embargo, el general español logró vadearlo. Ello obligó a las tropas comandadas por O'Higgins y por Juan José Carrera a encerrarse en la ciudad de Rancagua. Durante dos días resistieron el asedio de los realistas y sin contar con ayuda, decidieron romper el cerco. Todo estaba ya perdido y solo quedaba un camino: cruzar la Cordillera de los Andes y partir hacia Mendoza.

San Martín y el Ejército de los Andes

Junto a una gran multitud de soldados y civiles, Bernardo O'Higgins -acompañado de su madre y de su hermana- emprendió la travesía cordillerana. Al otro lado de la cordillera, se encontró con quien sería, desde ese momento, uno de sus mejores amigos: José de San Martín. Juntos emprendieron la preparación del Ejército de los Andes.

Este trabajo fue largo y complejo: se debían conformar las tropas, uniformarlas y armarlas; había que planificar hasta el último detalle del desplazamiento de las distintas columnas que cruzarían la cordillera, organizar los servicios de intendencia y médico, reunir las cabalgaduras y mulares necesarios, estudiar rutas, etcétera.

El campamento del Ejército, situado en el Plumerillo, bullía en febril actividad. Finalmente, en enero de 1817 las distintas columnas se pusieron en camino hacia el paso de Los Patos.

Mientras tanto, otra división, comandada por Juan Gregorio de las Heras partía hacia Uspallata. Además, estaban las columnas comandadas por Ramón Freire, Juan Manuel Cabot, Francisco Zelada y José León Lemus, que por distintos pasos, se dirigían a varios puntos de Chile. El 9 de febrero de 1817 las columnas de Las Heras y San Martín se reunieron en Curimón, y tres días después obtuvieron el triunfo en Chacabuco, para posteriormente dirigirse hacia Santiago.

Director Supremo de Chile

En la capital, el general trasandino -en su condición de Comandante en Jefe del Ejército- convocó a una asamblea de vecinos notables para que decidieran el gobierno que el país tendría. En esta reunión se acordó ofrecer el mando al general San Martín, quien agradeció el gesto pero declinó la oferta. Acto seguido, se le brindó el mando a O'Higgins, quien lo aceptó. Dada la situación de guerra que aun se mantenía -todavía quedaban reductos realistas en el Sur y era posible que una nueva fuerza militar viniese desde el Perú-, no se estableció ninguna limitación al ejercicio del poder.

Objetivo: asegurar la libertad

Lo más urgente era asegurar los triunfos obtenidos y para ello era necesario derribar el poderío realista en el Perú. La preparación de la Expedición Libertadora del Perú implicaba un trabajo mucho más arduo que la del Ejército de los Andes. Era necesario conformar una fuerza mucho más numerosa que incluyera el aspecto naval. Poco a poco, se fue constituyendo la Primera Escuadra y se contrató a la oficialidad inglesa que la dirigiría.

Los temores de una nueva invasión se hicieron realidad en 1818. El general Osorio volvió a Chile y obtuvo un importante triunfo en Cancha Rayada, donde sorprendió al ejército chileno. En este combate, O'Higgins fue herido en un brazo. Afortunadamente, San Martín pudo detener el impulso realista en Maipú, el 5 de abril del mismo año. Ahora, todos los esfuerzos se concentraron en la expedición hacia el Perú, la que finalmente zarpó el 20 de agosto de 1820 al mando del general trasandino, quien pudo proclamar la independencia de ese país el 28 de julio de 1821.

Numerosas realizaciones

El gobierno de O'Higgins no fue fácil debido a que había que iniciar una profunda transformación en la sociedad chilena. Tras la Batalla de Maipú, se dictó un Reglamento Constitucional que fijó las atribuciones del Poder Ejecutivo y del Senado Conservador.

Se restablecieron las instituciones creadas durante la Patria Vieja, clausuradas por los realistas, como el Instituto y la Biblioteca Nacional. Por iniciativa de O'Higgins se creó el Cementerio General en Santiago y se iniciaron los trabajos en La Cañada, ahora llamada Alameda de las Delicias.

Asimismo, se construyó un edificio -Mercado Central- para albergar a los comerciantes que vendían distinto tipo de productos en las calles.

Hubo algunas iniciativas que molestaron mucho a las familias más aristocráticas del país. Se prohibió el uso de títulos nobiliarios, de escudos de nobleza y se estableció una nueva modalidad de distinción social con la Legión al Mérito.

La abdicación

El gobierno de O'Higgins ha sido definido muchas veces como dictatorial o autoritario, pero en esos momentos en que se iniciaba la construcción de un muevo modelo de Estado no había otra posibilidad. Sea como sea, lo concreto es que la aristocracia, paulatinamente, fue manifestando su disconformidad con las nuevas líneas liberales que se imponían y empezaron a surgir voces de descontento.

O'Higgins, entonces, estableció un nuevo texto constitucional, el de 1822, que le permitiría gobernar ahora con un plazo fijo, lo que no estaba establecido en el de 1818. Sin embargo, esto no fue suficiente para calmar los ánimos y en enero de 1823 el Director Supremo debió abdicar ante una asamblea de notables, para no arrastrar al país a una guerra civil. Sus méritos no fueron desconocidos por esta asamblea, y cuando el Libertador se retiró de ella lo hizo en medio de gritos de "¡Viva O'Higgins!". Tiempo después, zarpó rumbo al Perú en compañía de su familia, ahora integrada además de su madre y su hermana, por su hijo Demetrio, fruto de su relación con Rosario Puga.

El exilio en el Perú

En Lima, el gobierno peruano le había obsequiado las haciendas de Montalbán y Cuiba, de las que tomó posesión en 1824, dedicándose a las labores agrícolas. Sin embargo, el militar continuaba vivo, y O'Higgins también prestó servicios al general Simón Bolívar en las últimas campañas que consagraron la independencia sudamericana. Desde el exilio -suerte común a todos los libertadores de América- ayudó a su amigo San Martín, quien vivía en Francia. Siempre recibió a los distintos chilenos que viajaban a visitarlo, consultaba sobre el estado del país, pero en los momentos más difíciles se negaba a volver a él para no convertirse en un factor de quiebre de la sociedad.

A pesar de ello, se mantenía en contacto con las autoridades chilenas. En 1842, se le autorizó para retornar, pero la muerte lo sorprendió cuando preparaba su viaje.

Bernardo O'Higgins -quien en vida alcanzara los grados de Capitán General del Ejército de Chile, Brigadier de las Provincias Unidas del Río de La Plata y Gran Mariscal del Perú- murió el 24 de octubre de 1842. Sus restos fueron enterrados en Lima y repatriados en 1868 por una comitiva encabezada por Manuel Blanco Encalada, y enterrados en el Cementerio General. En 1978 fueron trasladados al Altar de la Patria, ubicado en plena Alameda, en Santiago.